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Canon M10, Pratishta Fundation, Dehradun, India |
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Canon M10, Rishikesh, India |
Frederich von Schlegel escribió: ‘La India no es solo el origen de todo. Ella es superior en todo, en su intelectualidad, en su religiosidad, en sus concepciones políticas. Incluso el patrimonio de Grecia palidece ante tal comparación’. El poeta romántico se basó en el estudio de los textos milenarios escritos en sánscrito donde descubriría a los Shadus, los sabios que enseñaron a occidente sus prácticas más ancestrales de espiritualidad que incluye el Yoga. Paradójicamente, en la actualidad se mitifica esta religión que clasifica a sus fieles en cuatro castas, aunque en realidad hay muchísimas más, también llamadas Varnas, negando la existencia a los Dalits, un grupo de exclusión social al que se le ha negado cualquier tipo de derechos humanos.
Para contextualizar el origen del sistema castas es necesario acudir al texto sagrado denominado Bhagavad-gītā, en el que se relatan las principales doctrinas hindúes a través de los diálogos entre Krishna y Arjuna. Varnāshramadharma es la Ley que regula las cuatro etapas de la Vida y también la división de las castas. No es casualidad, el cuatro representa la totalidad y plenitud en la simbología numérica del pensamiento hindú, por lo que en todos los rituales hindúes el cuatro tiene un gran peso simbólico.
El término Casta, denominada Varna en Sánscrito, significa ‘color’ y ‘clasificación’, es así como se cree que el sistema de jerarquización se creó a partir de la diferenciación del color de piel, recordando a otras situaciones de racismo de la historia, como los esclavos afroamericanos en Estados Unidos o la masacre del Holocausto para preservar la raza aria en Europa, con la diferencia de que esta tradición tiene más de 3000 años de antigüedad y desde entonces forma parte innata de la sociedad india. El texto de Manusmrti que clasifica las cuatro castas denominadas Brahmanes, Kshátriyas, Vaishyas y Shudras excluye una quinta, a la que supuestamente pertenecen los ‘intocables’.
Así es, estos grupos de personas sin derechos sufren una continua discriminación social y económica, viviendo en chabolas fabricadas por telas que simulan un techo y palos de madera que recrean columnas inestables. A pesar de que el sistema de castas fue oficialmente abolido en 1950 por la Constitución, las calles de India están pobladas de personas que viven mendigando entre los excrementos de las vacas sagradas que tanto veneran.
El impacto visual de los Slums en las callejuelas de Dehradhun duele, crea una especie de nudo en la garganta que intenta evitar un grito de incomprensión existencial. Al entrar por una calle desértica, sin asfaltar, con un ligero ambiente arenoso y el sonido de ladrido de perros de fondo que caminan por las calles en busca de comida se encuentra Pratishta Fundation, una pequeña casa que destaca por las risas de niños que vienen del interior de sus coloridos muros que la protegen del árido paisaje exterior. Se trata de una fundación que acoge a niños y jóvenes de escasos recursos económicos de la zona de Dehradun para impulsar una educación de calidad y valor social. Pero Pratishta Fundation es más que una fundación, es más que una escuela, es un síntoma.
El porcentaje de escolarización primaria en 2004 era de un 49% de la población India, con un analfabetismo adulto de 66% en 2015 que ha ido disminuyendo hasta conseguir una alfabetización del 74% en 2018 según los datos recopilados por la UNESCO. A pesar de la evolución en estos últimos años, el país cuenta con un tercio de sus habitantes menores de edad que no acuden a la escuela primaria.
El proyecto lo lleva Jyoti y Deepak, dos jóvenes hermanos que se dedican en cuerpo y alma a dar valor a todos los niños que no tienen recursos para la escolarización oficial o que necesitan un apoyo extra escolar. No se trata únicamente de enseñar materias como matemáticas, ciencias o inglés, para las cuales la fundación ha creado un programa de voluntarios de al rededor del mundo para incentivar la importancia del aprendizaje de otros idiomas y la relación con otras culturas, la base del proyecto tiene un principio claro que los hermanos quieren potenciar en sus alumnos: Valor.
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Canon M10, Pratishta Fundation, Dehradun, India. |
Detrás de la puerta de la cocina huele a curry recién hecho en el taller de cocina que los alumnos imparten cada domingo. Poonam es la encargada de cocina y organizadora del reparto de la comida en el salón principal, que se come en comunidad después del ritualístico rezo hindú para agradecer lo que a la vista puede parecer un simple dhal pero que en el fondo es un manjar lleno de esperanzas. En otra sala cercana un profesor habla a los alumnos de la igualdad de género y de la normalización de la menstruación en las niñas a partir de la adolescencia, que junto a proyectos como Period. End of Sentence de Arunachalam Muruganantham se está empezando a destapar lo que siempre se ha considerado como el mayor tabú entre las mujeres indias.
En 1995 Mayawati se convirtió en la primera mujer Ministra de la región de Uttar Pradesh y en general de todo el país. Pero la imagen simbólica de Mayawati no solo representa una evolución en el empoderamiento de las mujeres indias sino una ruptura con el sistema de castas debido a sus orígenes como Varna. Lideró el partido Bahujan Samaj Party (BSP), que tiene como principal cometido proteger los derechos de los marginados sociales. Estas tres últimas décadas representan un avance en el pensamiento, aunque lento y precedido de una religión muy arraigada a una cultura que gradualmente va abriéndose a nuevos conceptos éticos e ideológicos.
Ganga acude cada día a la fundación junto a su hermano pequeño al que deja jugando en la terraza mientras ella planifica las actividades como organizadora de eventos, Ganga no debe tener más de 12 años. Su hermano viste viejas ropas con las que con toda naturalidad se suena la nariz y con sus manos sucias coge un lápiz alegremente imitando a los demás niños de su alrededor que están en el taller de dibujo y pintura. Las clases de arte son las más esperadas, en ellas se potencia la creatividad a través de la música, la danza, la pintura y las manualidades. Todo ocurre bajo un cielo despejado donde el sol ilumina la ceremonia de bienvenida en la que el recién llegado es bautizado por el punto rojo en la frente y protegido por el Pratisara. Pratisara es el nombre que recibe la pulsera de hilo combinando los colores rojo y amarillo que colocan en los rituales que se celebran en la India, según la tradición, dicho brazalete tiene la función de ahuyentar los malos espíritus y condecer la protección a quien la recibe. Me lo colocan en la muñeca izquierda, mientras algunos de los niños empiezan a llamarme Didi, que en hindi significa ‘hermana mayor’.
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Canon M10, Pratishta Fundation, Dehradun, India. |
La fundación representa no sólo un símbolo de un futuro mejor, sino un pequeño refugio donde los niños tienen permitido soñar, tener esperanzas y luchar para mejorar la situación de todos aquellos que como ellos, se encuentran en condición de exclusión social.
’Ya tenemos todo el dinero del mundo, y ¿qué estamos haciendo?.’ Contesta Manish cuando se le pregunta que haría si tuviera todas las riquezas del mundo. Manish tiene 15 años recién cumplidos y uno de sus deseos es acabar con el sistema de castas y en general con la pobreza del mundo, siendo consciente de que su situación es más común de lo que queremos creer. En sus sueños se alista al ejército para poner fin a la guerra entre Pakistán e India por el territorio de Cashemira y así luchar por una paz casi utópica. Al igual que él, Pawan de 10 años, quiere luchar contra la pobreza labrándose un futuro en la escuela para abrir su propia tienda de electrónica, para formar parte de una sociedad justa e igualitaria donde todas las personas tengan derecho a un trabajo y un sueldo digno.
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Canon M10, Pratishta Fundation, Dehradun, India. |
Ganga junto a sus otros compañeros sueña con ser bailarina, y es que los hermanos Jyoti y Deepak potencian el arte y la creatividad en todos sus sentidos, desde talleres de danza y concursos de canto hasta clases de dibujo. Cogemos un bote de pintura de color negra y empezamos a pintar las paredes con formas geométricas que desde una visión occidental puede simular a un arte más bien primitivo, es el denominado arte Warli, que se caracteriza por sus figuras geométricas originarias de Maharashtra. Mientras tanto otros niños colorean las páginas de sus cuadernos ya usados, representando casas idílicas, flores sonrientes y montañas verdes, su imaginario se contradice con la realidad que les envuelve, y eso crea un ambiente de esperanza que ya había olvidado en mi día a día rutinario.
Las sonrisas, los gritos, el aire, el rezo musulmán por megafonía que se repite varias veces al día, el olor a chai recién hecho, el crispamiento de las chispas de la hoguera que encendemos cada noche para calentarnos de las gélidas brisas que envuelven la oscuridad más silenciosa, el agua fría de la ducha en pleno invierno, el vendedor de mantas que pasa cada tarde promocionando sus mejores productos, las motos que levantan el polvo seco de las calles sin asfaltar, las miradas de curiosidad, los colores naranjas que adornan los santuarios hindúes de las casas, los sueños prometedores de una generación que decidirá el futuro de un país en progreso…
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